Arturo Pérez-Reverte ha recurrido a su hemeroteca de artículos para recordar uno de 2013, en el que advierte de la dependencia tecnológica y eléctrica que crece conforme pasan los años. El autor ha recuperado el artículo a través de su cuenta de X con motivo del apagón vivido en España este 28 de abril.
En el artículo, el escritor y académico lanza una dura crítica contra la creciente digitalización de la vida cotidiana, especialmente en lo relacionado con pagos, billetes de transporte y gestiones oficiales. Ironiza sobre lo “fácil” y “cómodo” que resulta ahora pagar con el móvil o recibir notificaciones por correo electrónico obligatorio, pero advierte de los riesgos que esto implica para la seguridad y la privacidad. “¿Qué pasará cuando un ciudadano que no se entienda con esos chismes desee utilizar tarjeta de plástico o dinero en metálico?”, se pregunta el autor, denunciando que las alternativas tradicionales están desapareciendo en la práctica.
¿Por qué recurre a un artículo de 2013 en 2025?
El motivo por el que el autor ha recuperado este artículo es por el reciente apagón que ha vivido España. Porque termina con una frase que es perfectamente aplicable a lo vivido este 28 de abril en España:
Nos hacemos cada día más vulnerables, en la imbécil creencia de que siempre habrá a mano un enchufe donde solucionar nuestra vida. Y así, el día en que todo se vaya al carajo nos miraremos unos a otros, asombrados, preguntándonos cómo ha podido ocurrir esto
No es la primera vez que Pérez-Reverte advierte sobre la independencia digital, y sus seguidores se acuerdan:
Otro artículo de 2011
El autor ha aprovechado este asalto a su hemeroteca para destacar otro de 2011, un artículo en la misma línea. El autor se queja de no poder tomarse un vermut porque la máquina, en la que el camarero registraba los pedidos, no funcionaba. Otro ejemplo de Pérez-Reverte en el que critica la dependencia tecnológica.
Ayer entré en un bar y no pude tomarme un vermut porque la máquina registradora no funcionaba. Era un chisme con pantalla táctil y casillas determinadas para cada consumición, y se había estropeado. Le dije al camarero que me dijese cuánto debía, y punto. Como toda la vida. Pero respondió que imposible. Tenía que marcarlo antes. Sus jefes no le dejaban hacer otra cosa; y hasta que la máquina funcionase, no podía servir nada. Así que me fui al bar de enfrente, regentado por una china simpática: un sitio como Dios manda, con moscas, albañiles y borracho de plantilla. La dueña hablaba español con acento entre chino y de Lavapiés. Tomé mi vermut, pagué y dejé propina. Cuando salí a la calle me acordaba del Titanic, que era insumergible, y de los mil y pico gilipollas que se ahogaron en él con cara de asombro, como diciendo: esto no puede pasarme a mí. Cielos. No estaba previsto.