LAS CLAVES DE LA BRÚJULA

Banda Sonora: El tormento y el éxtasis

Pablo Pombo analiza la película dirigida por Carol Reed, elegida expresamente para una semana en la que la Iglesia católica tiene un nuevo santo padre, León XIV.

ondacero.es

Madrid |

La puerta se ha abierto, la llave del Cónclave se ha retirado y una obra de arte vuelve a estar disponible para todos los públicos. Sobre ella hablaremos hoy, traemos un largometraje clásico, no demasiado célebre. Una cinta de las que tienen grano antiguo, esa textura, de las que contaban historias grandes, con actores colosales y con voces que suenan como sonaba el cine de antes.

Se titula "El tormento y el éxtasis", fue dirigida por Carol Reed y protagonizada por Rex Harrison que interpreta al Papa Julio II y por Charlton Heston en el personaje de Miguel Ángel. Una cinta que proyecta el novelado y conflictivo proceso de creación de una obra fundamental.

Esta película estaba entre las favoritas de mi padre. Y he de decir que, al verla con mi hijo, he comprendido por qué, aunque probablemente mis motivos sean distintos. Así que voy a tratar de compartir con nuestros amigos cuatro reflexiones que me ha dejado este peliculón.

La primera, ahora que tanto se habla de la creatividad con letras minúsculas y que todos los creativos del postureo van de especialitos y de raritos, tiene que ver con la irremediable sumisión del autor, del creador, al poder y al dinero.

El artista que busca la posteridad ha de renunciar a la libertad porque la relación entre el arte y el capitalismo es históricamente indisociable, al menos desde el renacimiento, y porque la alternativa es la relación entre el artista y el autoritarismo y, como consecuencia, la negación del arte que conlleva la prohibición de la libertad.

No sostengo esta tesis después de haber leído a ningún ultraliberal. La defiendo después de escuchar este diálogo, ficcionado pero realista, entre dos de los genios más grandes del renacimiento. Estas palabras que Rafael le dirige a Miguel Ángel.

La realidad espiritual de los artistas es diferente a la del resto. Pero su realidad material no es distinta de la que viven los profesionales liberales o los trabajadores, cualquier currante en definitiva. En esa parte de la vida, las reglas del juego son iguales para todos.

La clave de la entereza, creo, no está en evitar la inevitable relación de intercambio, sino en impedir que la dignidad se pueda negociar.

La segunda reflexión que me trae esta película guarda relación con un ingrediente que nunca se resalta al hablar del dinero o del poder. Ese tipo de éxito puede alcanzarse con o sin crueldad, incluso sin escrúpulos, pero siempre requiere una visión.

Mantener la visión y luchar por ella requiere un coraje férreo y esta historia lo demuestra. Julio II no vivió tiempos de diplomacia, sino de guerras, tal y como puede apreciarse en la audiencia papal del embajador enviado por el rey de Francia.

Pero el coraje solo sirve para sobrevivir o para alcanzar una conquista temporal. El combate por el dinero o por el poder termina siendo efímero y vacío, a menos que la visión sea mayor y busque la posteridad.

Solo el arte es capaz de combatir al olvido histórico. Y Julio II, el Papa Guerrero, lo sabe. Incluso sabe que el arte tiene más potencia pastoral que cualquier sermón y que cualquier encíclica, que cualquier discurso y que cualquier ley.

Por eso, porque lo sabe, en la mitad de un asedio frena todo lo militar para atender el proyecto final que le presenta Miguel Ángel para la Capilla Sixtina. Un proyecto que desborda el encargo papal. Más grande. Lo estudia despacio, anima al artista y rechaza las objeciones de los asesores como quien espanta una mosca.

La urgencia de la posteridad de quien tiene una visión superior a la vanidad, consciente de que el arte reforzará al conjunto de la iglesia en todos los combates que traiga el futuro.

Los grandes líderes se rodean de gente con talento para ensanchar la tarea del bien común como destino. Pero los líderes pequeños, solo quieren mediocres. Y la mediocridad te lleva a la incompetencia y termina en la irrelevancia.

Tercera reflexión, Miguel Ángel y Julio II tienen dones distintos. Pero mantienen una relación conflictiva ¿Por qué? Porque cada uno de ellos tiene su don, pero sufre también una carencia. Y las carencias de los dos personajes explican las colisiones que establecen la tensión del guion. Esa acuciante sensación de carencia, de sacrificio forzado, se refleja perfecta en estas palabras del artista.

Todos los seres humanos tenemos alguna zona más desarrollada que las demás. Y también aspectos lisiados. Nos vemos incompletos porque lo somos. Y debemos acostumbrarnos a convivir con nuestros dones y nuestras condenas. Sin embargo, siempre guardamos capacidad para el asombro. La naturaleza, el amor, la risa, la espiritualidad, la amistad, el arte, nos liberan de nuestros puntos lisiados.

Y esa es, para mí, la cuarta y última reflexión: la potencia del asombro humano. Julio II, enfermo, sube al andamio alumbrado por una vela y ve por primera vez la imagen más memorable de la Capilla Sixtina recién pintada: la creación del hombre.

Julio II no fue más que un Papa. Y cualquiera de nosotros, al entrar en la Capilla, no es más de lo que somos todos. Seres capaces de emocionarnos, por lo que pueden representar otros humanos.

Esta película nos habla de como en otros tiempos oscuros, violentos y llenos de incertidumbre, existió la posibilidad de salir de la autorreferencialidad, la importancia del esfuerzo, el valor de las relaciones turbulentas y la infinita capacidad de asombro que define a nuestra especie.

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