CON MANU MARLASCA Y LUIS RENDUELES

Territorio Negro: David Knezevich, el asesino sin castigo

Manu Marlasca y Luis Rendueles cuentan el caso de DavidKnezevich, que falleció el día del apagón, quedando pocos días del juicio en el que le acusaban de asesinar a su mujer.

ondacero.es

Madrid |

El lunes pasado, a eso de las dos de la tarde, hora española, primera hora de la mañana en el estado de Florida, un funcionario del centro de detención federal de Miami halló el cuerpo sin vida de David Knezevich en su celda. Este sujeto, David, un empresario serbio de treinta y ocho años, llevaba casi un año ingresado en esa prisión, desde que fue detenido en el aeropuerto de For Lauderdale al bajar de un avión que lo trasladó a Florida desde Belgrado. Las autoridades norteamericanas no dieron detalles de las circunstancias de la muerte de David, tan solo dijeron que todo apuntaba a un suicidio.

David estaba en prisión porque era el principal sospechoso de la desaparición de su esposa, una mujer llamada Ana Henao, de cuarenta años, con origen colombiano y nacionalidad norteamericana. Ana desapareció el 2 de febrero del año pasado cuando llevaba poco más de un mes en Madrid, hasta donde había llegado para tomar algo de aliento en mitad de lo que estaba siendo un proceso de divorcio muy complicado. La mujer quiso poner un océano por medio y tenía en mente instalarse de manera definitiva en España. Ana y David tenían en Miami una fortuna de más de quince millones de dólares que habían amasado gracias a sus éxitos empresariales en el sector de la informática, pero Ana decidió separarse. Le propuso a su marido repartirse la empresa, las propiedades inmobiliarias y el dinero a medias, pero David se negó.

El hombre no estaba de acuerdo, por lo que rechazó esa primera propuesta de Ana y le dijo que pretendía quedarse con la sociedad y pasarle a ella una pensión, pero sorprendentemente a finales de enero de 2024, cambió de parecer y le dijo a su todavía esposa que podía quedarse con toda la empresa, que solo tenían que verse y hablarlo, pero ella se negaba a ver a David. A las dos y veinte de la tarde del 2 de febrero del año pasado, Ana entró en el piso donde vivía en Madrid, en la calle Francisco Silvela, en el barrio de Salamanca, pero ya nunca más nadie la vio.

Lo que sucedió hasta el suicidio de David, es una operación policial brillante y complejísima (la Bumble-Belgrado), una buena cooperación internacional y un juicio que estaba a punto de celebrarse, pero que ya nunca llegará.

Las pruebas

A David le imputaron varios cargos, y aunque no encontrasen el cuerpo de su mujer, iba a ser juzgado en el tribunal federal en Florida por: un delito de secuestro con resultado de muerte, otro de violencia doméstica extranjera con resultado de muerte y un tercer delito de asesinato en el extranjero de una ciudadana estadounidense.

La fiscalía no iba a solicitar la pena capital porque gran parte de las pruebas contra David habían llegado desde la policía española y, probablemente, por la ausencia del cadáver de Ana. Él siempre negó todos los cargos y se declaró inocente, asegurando que en la fecha de la desaparición de Ana estaba en Serbia, pero cuando estaba llegando la hora de proclamar su inocencia en el juicio, se suicidó.

Los abogados de David lo visitaron en prisión, tres días antes de su muerte, y le informaron de que las autoridades acababan de presentar una prueba en la que su ADN se encontraba en el picaporte del piso de Madrid de Ana, y en el que aseguraba no haber estado. Pero dicha prueba demostraba que David sí estuvo allí.El ADN desmontaba su coartada, la cual decía que cuando ella desapareció, él estaba en Serbia.

El DEVI de la Brigada de Policía Científica de Madrid hizo un trabajo excepcional en el piso de Ana, porque David cometió el asesinato de su pareja como si fuese el miembro de una unidad de las fuerzas especiales, sin dejar más rastro allí de él que esos microscópicos restos de piel en el tirador de la puerta. Los expertos explican la obtención de la prueba diciendo que David se quitó momentáneamente los guantes para hacer una tarea que requería tener las manos desnudas (como cerrar una bolsa o una maleta) y pese a que luego limpió las huellas, esos epiteliales quedaron allí (se pasa el guante por la cara y luego toca ese picaporte).

La detención

La operación nace cuando una amiga española de Ana denuncia en la comisaría del distrito de Salamanca que no sabe nada de ella desde dos días antes, desde el 2 de febrero de 2024. Su hermano, Felipe, residente en Miami, denuncia allí lo mismo. Lo primero que se encuentra la policía son unas imágenes de las cámaras de seguridad de la casa, en las que se ve que poco antes de las nueve y media de la noche del 2 de febrero, un hombre con casco de moto y guantes que tapa la cámara del telefonillo con un spray de pintura negra.

Antes de que la pintura se seque se ve al mismo tipo manipulando la cerradura de la puerta del portal. Una hora después, con las cámaras ya casi cegadas por completo, se aprecia cómo se encienden las luces del portal y entra alguien con un casco de moto, que sale en menos de cuatro minutos llevando una maleta que la policía cree que contiene el cuerpo de Ana, dado que era una mujer de apenas 1,50 de estatura.

Aunque al hombre no se le ve la cara en ningún momento, sí se ve el espray que lleva. Gracias al ingenio y a la meticulosidad de los investigadores del grupo XII de la Brigada de Policía Judicial de Madrid, comprobaron que ese spray se vende en treinta y dos comercios de la Comunidad, y fueron llamando uno por uno preguntando si en fechas anteriores al día 2 de febrero habían vendido un bote de pintura de esas características. Una ferretería tenía informatizadas sus ventas y encontró una venta hecha a las 12 de la mañana del día 2. No solo eso, también tenían las imágenes en las que se ve al comprador levándose la pintura y dos rollos de cinta americana.

En las imágenes se veía que el comprador era David Knezevich, y además, comprobaron que cruzó la frontera serbia los días 30 de enero (para salir) y 5 de febrero (para regresar) en un Peugeot que había alquilado el 29 de enero y no devolvió hasta el 15 de marzo, con más de siete mil kilómetros recorridos, muchos más de los necesarios para ir y volver desde Belgrado a Madrid. Además, cuando Knezevich devolvió el coche, tenía las ventanas tintadas, oscurecidas, para que no se viera lo que había en el interior.

En este caso, los investigadores volvieron a utilizar su ingenio para situar el coche en la escena del crimen. Vieron que los lectores de matrículas no revelaron la presencia de ninguna matrícula serbia en la zona, así que los investigadores rastrearon denuncias de esos días de robos de matrículas y dieron con una sustraída en esas fechas en la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, en la ruta lógica para entra a Madrid desde el este de Europa. Dicha matrícula sí aparecía cerca de casa de Ana en las horas clave.

Además, en las primeras semanas de búsqueda de Ana, una joven colombiana contó a las autoridades que había conocido a través de una aplicación de citas a un tipo encantador, que resultó ser David. La mujer dijo que la mañana del 3 de febrero, David le mandó unos WhatsApps para pedirle ayuda. Le explicó que tenía un amigo serbio que estaba escribiendo una novela policiaca y que uno sus personajes era una mujer colombiana. Necesitaba saber qué expresiones usaría ese personaje para que la cosa fuera creíble y que le tradujera al español un mensaje para su amigo escritor. La mujer debía decir que había conocido a un hombre maravilloso y que se iban a una casa, a dos horas de Madrid para pasar unos días, que había mala cobertura de teléfono y que llamaría cuando volviera. Esos mensajes los recibe una amiga de Ana desde el teléfono de la desaparecida antes de que se desconectase del todo.

El caso estaba muy claro gracias a las pruebas recogidas y al ingenio del grupo XII de la Brigada, sin embargo, nunca podrá ser condenado por ello.

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